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LA MARQUESA DE MALAVELLA con sus dos hijos, DANIEL y JAIME, que entran por el parque. Después GABRIELA. LA MARQUESA. - Ya estamos... ¡Ay, hijos, me habéis traído a la carrera ! (Volviéndose para contemplar el paisaje.) ¡Pero qué jardín, qué vegetación ! Santa Madrona es un paraíso, y el amigo Moncada vive aquí como un príncipe. JAIME. - No verás posesión como esta en todo el término de Barcelona. ¡Y qué torre, qué residencia senoril ! Cuando entro en ella, eso que llamamos espíritu parece que se me dilata, como un globo henchido de gas.
DANIEL. - (meditabundo.) Cuando entro en ella, la hipocondría no se contenta con roerme ; me devora, me consume. (Apártase de su madre y de Jaime, y cuando estos avanzan al proscenio, vuelve hacia el fondo contemplando la vegetación.) LA MARQUESA. - ¿Y Gabriela ? JAIME. - (mirando hacia el comedor.) Ahora saldrá. Está dando la merienda a los ninos. LA MARQUESA. - ¿Chiquillos, aquí? JAIME. - Sí, mamá : los seis hijos de Rafael Moncada, que han sido recogidos por su abuelo.
LA MARQUESA. - Es verdad... ¡Pobres huerfanitos ! (Entra Gabriela en traje de casa, muy modesto, con delantal.) Gabriela, hija mía, ángel de esta casa. (La besa carinosamente.) ¿Pero cómo te las gobiernas para atender a tantas cosas ? GABRIELA. - ¡Qué remedio tengo ! Ya ve usted... Estoy hecha una facha. (Quitándose el delantal.) Les he dado la merienda, y ahora van de paseo con el ama y la institutriz.
(Saludando a Daniel.) Dichosos los ojos...